Siempre me gustó cumplir años y siempre me gustó Navidad. No -solamente- por los regalos, ejem ejem, sino por la excusa para festejar. Con la edad, Navidad empezó a causarme más nostalgia que éxtasis, pero esa chispa por celebrar mi cumpleaños no se inmutó.
Algunos años me han hallado con más pilas y mejores ideas que otros, en cuanto al festejo. He organizado escapadas con amigas a Chapadmalal, festejos con panchos de Blancanieves, jornadas de karaoke, fiestas en la galería de casa o en el galpón de mi clase de teatro... Hubo también algún año en que me limité a un té, pero fue la excepción.
Este 2017 pensé que no iba a querer festejar. Con tanto para agradecer, que justo este año no tuviera ganas de organizar una juntada resultaba cuanto menos paradójico. ¿No? Juro que no tiene que ver con un mambo con la edad. Llevo los 31 bien puestos, sin temerle al paso de los años, porque jamás quemé etapas, sino que viví cada una con la merecida intensidad; pero la energía invertida en un recién nacido me hizo pensar que con un pequeño almuerzo con dos o tres amigas y/o soplar las velitas a la noche en familia iba a ser suficiente.
Sin embargo, llegada la fecha se me prendió esa chispa de querer un festejo un poco más grande. Mi marido me incentivó, entonces, a hacer en un asado con todas mis amigas y sus parejas, seguido por un té. Y le agradezco. Porque creo en la importancia de saber festejar, y espero que nunca me canse de hacerlo. Me gusta ser de esas personas que se hacen tiempo y espacio para CELEBRAR. Que se toman el trabajo de ser anfitrionas y honrar al invitado. Que son conocidas por saber nuclear a sus seres queridos en torno a las velitas... o de lo que sea que haya en la mesa, en pos de ponernos al día y pasarla bien.
Más allá del tamaño del festejo, de si hay magos, brillantina, degustación de tortas, más o menos invitados o más o menos plata invertida en cotillón, ojalá nunca pierda esa chispa que se prende cuando asoma el 13 del 10. Y si algún año les digo que no estoy de ánimos para festejar, por favor, péguenme un chas chas. Porque espero que, hasta de viejita, una de mis virtudes sea saber celebrar este regalo que es la VIDA. Sea con motivo de mi cumpleaños, de una recibida, defensa de Tesis, da igual. Aprovechemos cada excusa para juntarnos. No hay tiempo que perder.