Quizás una de las frases más memorables de Blanche Dubois (Un tranvía llamado deseo) sea: “Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños". El otro día la discutíamos con mi hermana y remarcábamos su verdad; porque, por más de que uno pueda jactarse de ser organizado y previsor, la vida nos presenta un sinfín de situaciones en las que, si no fuera por la amabilidad de los extraños, estaríamos “en el horno”, como se dice en criollo. A mí, sin ir más lejos, me pasó ayer. Salí a pasear con Facu en el cochecito por la playa en Miami. De pronto, sin dar aviso se desató la típica tormenta de la Florida. Sin paraguas y con poco abrigo para el bebe, me desesperé. Vi que tenía tres cuadras largas por delante hasta el próximo techo. Empecé a correr, asustada por que Facu no se enfermara pero sobre todo ante mi propia torpeza, consciente de que era candidata a que mis taquitos (siempre con calzado tan idóneo 😱😂) me traicionaran y ambos nos diéramos un tropezón. En eso, me gritan: "¡Vení!". Eran tres vendedores de artesanías hippies que estaban cubiertos bajo una sombrilla. Nos dieron cobijo los veinte minutos que duró el diluvio. Nos regalaron su charla, nos prestaron un buzo abrigado para que cubriera a Facu (el pobrecito ya estaba empapado) y nos despidieron, sin más. Quizás no nos hubiera pasado nada grave, si no hubiéramos contado con la amabilidad de aquellos extraños... pero a mí en el momento me regalaron tranquilidad, lo cual no es regalo menor. Y lo cierto es que las tres cuadras que me quedaban las caminé aliviada y con mi pollito abrigado 🐣 Estemos atentos, porque mañana podemos ser nosotros esos extraños que pueden dar una mano a algún desconocido. Y, como dice la Biblia (Hebreos 13:12) a veces, sin saberlo, al ser hospitalarios con extraños lo estamos siendo con los ángeles ✨
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