Uno de los primeros posteos de este espacio fue dedicado a una mujer que admiro, y mucho: Victoria Ocampo. Hoy se cumplen 40 años de su muerte y no podía no dedicarle unas palabras.
El panteón de los argentinos eximios cuenta con muchos nombres que nos deberían inflar el pecho de orgullo, y el de ella encabeza la lista.
¿Por qué? Porque su aporte va mucho más allá de su talento como escritora.
Porque puso toda su fortuna al servicio de la cultura de nuestro país. Porque luchó hasta el hartazgo para ubicar a la Argentina en el mapa de la literatura mundial. Porque a través de la revista SUR nos acercó escritores internacionales de primera línea. Porque defendió con ese carácter testarudo, que tanto la caracterizaba, sus valores humanistas y feministas, lo cual en la época, y en Sudamérica, no estaba -tan- bien visto.
Porque defendió nuestros árboles, nuestras costas. Porque enalteció la libertad de opinión, y pagó su oposición contra el peronismo tras las rejas.
Victoria fue la única latinoamericana que presenció los juicios de Nuremberg y ayudó a escritores perseguidos por el nazi-fascismo. Recibió el doctorado honoris causa en Letras por la Universidad de Harvard. Fue la primera mujer en integrar la Academia Argentina de Letras; también la primera en usar jeans y en tener registro de conducir. Fue amada y cortejada por premios Nobel como Tagore y compartió amante con Coco Chanel.
Intercambió cartas con escritores de la categoría de Virginia Woolf y entre sus amistades podemos citar a Paul Valéry, T.E. Lawrence, Camus...
Me duele pensar que muchos argentinos aún no sepan quién fue Victoria. En la cursada de la carrera de Letras se la nombró muy poco y al pasar. Sin embargo, ya mucho se ha escrito sobre Victoria y yo no podría aportar nada que equiparara citas como la de Borges, cuando sintetiza: “En un país y en una época en que las mujeres eran genéricas, tuvo el valor de ser un individuo”.
Tuve la suerte de crecer a pocas cuadras de su casona sanisidrense, la que donó a la UNESCO antes de morir para que no fuera confiscada por el peronismo y funcionara como centro de acercamiento entre las culturas. Cada vez que la visito, siento a sus rincones vibrar con la magia de los grandes que la supieron habitar. Como sanisidrense, es un privilegio inmenso tener esta obra de arte entre nosotros.
Que Victoria haya entablado una amistad íntima con mis abuelos y tío abuelo es anécdotico; me lo enteré después, cuando mi admiración ya estaba arraigada.
Hace unos días cumplí un sueño, cuando presenté Mi marido y su mujer en una de sus otras casas, la marplatense Villa Victoria. Me gusta pensar que Tata Tito y su hermano Miguel hubieran estado felices; casi que podía verlos ahí, en primera fila, asintiendo orgullosos ante esa nieta caradura que, aún sin merecerlo, pudo pararse frente a su público para dedicarle unas palabras a Victoria. Aunque te hayan quedado cortas, Gioconda de las Pampas, salieron del corazón...