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El cuento de la criada de Margaret Atwood



Mucho más que una novela, El cuento de la criada es un fenómeno cultural; especialmente, desde que se estrenó la serie basada en el libro, en 2017. Y es que, en un estilo conciso, poético, suave, Margaret Atwood plantea realidades tremendas, en las que un futuro Estados Unidos estaría gobernado por una tiranía cristiana fundamentalista, que ha tomado control del Estado después de que una crisis ambiental derivara en una disminución de la fertilidad. Ante la amenaza de la extinción de la humanidad, un ejército de hombres uniformados reclutan a las mujeres fértiles sobrevivientes para convertirlas en vientres que sostengan al poder.

OJO; aclara la autora, estas no son realidades distópicas, sino que para crear el mundo de Gillead Atwood se basó en diferentes regímenes totalitarios y en el puritanismo (por eso la acción está situada en el paredón de Harvard, que en su origen fue un seminario teológico puritano): “Nada de lo que sucede en esta novela no ha sucedido ya; yo no inventé nada”, afirma. Lo que nunca pasó es que todos los hechos sucedan en el mismo lugar, sociedad, territorio.

El cuento de la criada fue escrita en Berlín, en 1984, y transmite este ambiente de constante vigilancia, de miedo a ser escuchado, de hablar en susurros, que vivió Atwood al escribirla. Uno de los grandes aciertos de la novela es la minuciosidad con que se describen los ambientes y espacios: muebles, alfombras, texturas de telas, paredes. No es mero descriptivismo literario, sino que con este recurso Atwood transmite el agobio, el encierro; la inacción, el tiempo muerto, el aislamiento, el no poder hablar y escribir. Porque una persona que está encerrada y no tiene nada que hacer, no puede no observar hasta el menor detalle.

Otro acierto de la escritora canadiense es tomar el punto de vista de la protagonista, Offred, que es muy limitado; así, este es casi un ejercicio en estrategias narrativas a lo Henry James, que siempre elegía al narrador más limitado, aquél que no podía ver la totalidad. En este caso, la cofia del personaje (por la que no puede mirar a los costados, solo hacia abajo), representa la suerte de cofia del narrador, que solo cuenta lo que ve. Este tipo de limitaciones siempre son productivas literariamente, porque es el lector quien debe ir armando la realidad.

En la continuación de la obra, Los testamentos, sí te enterás de la visión total de las cosas, aunque lo cierto es que esta obra no se puede entender solamente como una continuación de El cuento de la criada, porque Los testamentos incorpora también cosas de la serie y todo lo que sucedió con la primera novela, los usos políticos que se le dieron, las relecturas y resignifcaciones que tuvo. Hay quienes creen que literariamente no llega a la misma calidad que El cuento de la criada. Yo aún no leí esta segunda entrega, así que quedará para un próximo post. ¿Y vos?


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