Listo, ahora entendí todo.Cuando leí Olive Kitteridge (publiqué la reseña hace un tiempito por este mismo canal), al principio me costó entrar en el código del libro. No había sido difícil reconocer la calidad de la pluma de Strout (después de todo, no cualquiera gana el Pulitzer, che), pero coincidía con lectores de Goodreads en que la realidad descripta en la novela me había resultado un tanto deprimente. Gris.No es que la cosa cambie demasiado en Olive, Again, pero en esta segunda entrega me terminó de fascinar la construcción de los personajes de Strout. Su anchura y redondez. Está clarísimo que la autora domina el arte de observar al ser humano, característica que, creo, es fundamental para escribir. Bueno, no lo creo solo yo, sino que, como bien dice Pedro Mairal, cuando escribís la vida se te hace más tolerable, en tanto ni en la cola del banco te podés aburrir; hay tanto por ver, por registrar. La agudeza de Strout penetra la condición humana. Y, de nuevo, como pasaba en Olive Kitteridge, en el retrato de la simpleza se esconde su grandeza. Valga la paradoja, pero allí se encuentra su complejidad. No sé si hace falta leer Olive Kitteridge para disfrutar de Olive, Again. Posiblemente, no. Pero si estás con tiempo y querés conocer a una autora que vale la pena, te recomiendo que leas a ambos. Y después me contás no, acá o en @viajarenpalabras 💖PH @miaastrada.